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Por Daniel Lee
Jueves 20 febrero 2025.- Donald Trump asumió la presidencia de los Estados Unidos, pero meses antes ya la incertidumbre y el miedo se apoderaban de quienes ven en la frontera Norte de México mucho más que una línea divisoria: la última esperanza de un futuro mejor. Las promesas del mandatario de implementar deportaciones masivas y contener el flujo migratorio irregular mantienen las alarmas no solo en las políticas migratorias, sino también en los corazones de miles que enfrentan un destino incierto.
Con discursos cargados de hostilidad, Trump asegura que enfocará sus acciones en deportar a migrantes con antecedentes penales y órdenes de deportación. Pero más allá de sus palabras, surgen preguntas inevitables: ¿Qué rostro tiene esa "deportación masiva"? ¿A quiénes afecta realmente? ¿Qué precio humano tendrá?
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Las cifras son frías y contundentes. Según el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), en los últimos doce meses, más de 271,000 personas fueron deportadas desde Estados Unidos hacia 192 países. Detrás de cada número hay una vida rota, un sueño deshecho, una familia separada. Pero esas historias no encuentran espacio en los discursos políticos, donde la migración suele presentarse como una amenaza, no como un clamor de supervivencia.
Contrario a la narrativa que criminaliza a los migrantes, estudios del Cato Institute han demostrado que las personas en situación irregular suelen tener menos encuentros con la ley que otros grupos. Entonces, ¿por qué insistir en etiquetarlos como un problema? Esta retórica simplista y polarizante no solo deshumaniza, sino que ignora las verdaderas causas del fenómeno migratorio: la pobreza, la violencia, la desesperanza.
Hoy, más que nunca, se necesita una visión conjunta y humana entre los gobiernos de Estados Unidos y México. No basta con levantar muros ni militarizar fronteras. Es urgente construir puentes de empatía y políticas que atiendan las raíces del problema. Las personas que migran no lo hacen por capricho; lo hacen porque su tierra ya no les ofrece la posibilidad de soñar, porque quedarse significa morir.
El drama migratorio no se soluciona con discursos ni con cifras. Se requiere un cambio profundo en las estructuras que perpetúan la desigualdad y el desarraigo. En México, el desafío es mayúsculo: reformar el Instituto Nacional de Migración, fortalecer los albergues y refugios, y dejar atrás la lógica de contención militar que solo añade más dolor al camino de quienes buscan una oportunidad para vivir.
Las deportaciones masivas prometidas por Trump no son solo una amenaza política; son una herida abierta en el tejido social. Cada familia separada, cada vida truncada, es un recordatorio de que las fronteras no solo dividen territorios, sino también derechos, esperanzas y sueños.
Hoy, más que nunca, es momento de actuar con humanidad. De mirar más allá de las estadísticas y reconocer que, en cada migrante, vive una historia que merece ser contada, protegida y respetada. Porque detrás de cada frontera hay un rostro, un nombre, una vida.
X @DANIELLEE69495
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