
Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México 04 de marzo 2025.- La economía estadounidense se sostiene en gran parte sobre los hombros de los trabajadores migrantes, particularmente los mexicanos.
Su contribución es innegable: alimentan la nación con su labor en el campo, construyen las ciudades que albergan el llamado "sueño americano" y cuidan los hogares de quienes disfrutan de ese privilegio. Sin embargo, el reconocimiento de su valor se ve eclipsado por políticas migratorias restrictivas y una retórica que los señala como una carga en lugar de un pilar fundamental.
La agricultura, uno de los sectores más dependientes de la mano de obra migrante, enfrenta una crisis latente. Entre el 50 % y el 75 % de los trabajadores agrícolas en Estados Unidos son inmigrantes, muchos de ellos indocumentados.
Sin su esfuerzo, la producción se desplomaría, los costos se dispararían y la cadena de suministro de alimentos se vería gravemente afectada. No es casualidad que, en momentos de endurecimiento de las políticas migratorias, los propios empresarios levanten la voz en protesta: no hay estadounidenses dispuestos a ocupar esos puestos en las mismas condiciones.
Pero el impacto de los migrantes no se limita al campo. Sectores como la construcción, el servicio doméstico y la manufactura dependen de su esfuerzo para mantener costos bajos y garantizar la competitividad de las empresas. Paradójicamente, mientras algunos políticos promueven la idea de que los inmigrantes "quitan empleos", la realidad demuestra que sin ellos, muchas industrias colapsarían.
Y vayamos más allá: El gobierno de Donald Trump elevó las políticas de deportación a niveles alarmantes. Con su programa de "tolerancia cero", convirtió en blanco de persecución no solo a quienes cruzaban la frontera sin documentos, sino también a quienes llevaban años en el país contribuyendo con su trabajo y pagando impuestos. Miles de familias fueron separadas, miles de historias de esfuerzo y sacrificio quedaron truncadas y la economía de Estados Unidos sufrirá, sin lugar a dudas, las consecuencias de esta ceguera política.
Mientras tanto, los migrantes mexicanos que son forzados a regresar a su país enfrentan una dura realidad: desempleo, inseguridad y la falta de oportunidades que alguna vez los empujó a emigrar. El retorno forzado no es un regreso a casa, sino una condena a la incertidumbre.
Y aquí un paréntesis. Las protestas de ciudadanos y empresarios en Estados Unidos contra la deportación masiva no son un gesto de altruismo, sino una advertencia económica. Sin estos trabajadores, la vida diaria se ve afectada, los precios aumentan y la estabilidad de sectores enteros se tambalea. La mano de obra mexicana es, y siempre ha sido, un pilar esencial de la nación que muchas veces la rechaza.
Es momento de reconocer que la migración no es una amenaza, sino una fuente de riqueza y crecimiento. La criminalización de los trabajadores migrantes es un error histórico que, lejos de fortalecer a Estados Unidos, lo debilita desde su núcleo. En vez de construir muros y deportar trabajadores esenciales, la solución real radica en una política migratoria que valore y dignifique a quienes, con su esfuerzo, han hecho posible el progreso del país.
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