Cicuta News - Opinión - 15/09/2020
Por José Sobrevilla
Como a muchas familias, la pandemia nos cayó, no como anillo al dedo, sino como soga en el cuello. Apenas hacía tres meses que el medio para el que trabajaba me había anunciado que no requería más mis servicios como corresponsal en las conferencias diarias del presidente en Palacio Nacional. No me sorprendió porque desde que iniciamos a trabajar, lo percibía como uno de los trabajos más inseguros que había tomado en mi vida. A ese tiempo, los medios nacionales e internacionales reportaban ya los primeros datos de un virus altamente contagioso que estaba atacando una importante ciudad de China, Wuhan.
No se necesita ser futurólogo para entender que rápidamente se habría de diseminar por todo el mundo ya que la movilidad global se encuentra muy avanzada. Después, los medios hacían eco de los primeros brotes en Italia y los posteriores cierres de fronteras. La única forma de no contagiarse, decían los “expertos” era no saliendo a la calle, evitar en absoluto la vida pública, el contacto.
El énfasis puesto en estas medidas era tan abundante en las recomendaciones de los gobernantes y “líderes de opinión” que la gente empezó a encerrarse y poco a poco llenarse de miedo y contagiarlo a sus más cercanos, hasta parar la vida económica de las ciudades y el contacto físico. Los políticos responsables de la salud y gobernantes como el propio presidente de México desdeñaron las medidas de seguridad y abrazaban a la gente y besaban niños sin protección alguna. “El uso de cubrebocas es opcional” señalaba irresponsablemente el encargado de enfrentar la pandemia, cuando en otros países su uso era una de las principales medidas de protección a tomar.
Tal vez para ahorrarse el dinero de las pruebas, el ejecutivo y las autoridades de salud señalaron que no se harían pruebas en forma masiva a las personas sospechosas de estar contagiadas como se venía haciendo en otros países y que, finalmente, la cantidad de muertos, si llegaba a seis mil, iba a ser una cifra escandalosa. Hoy, por todos estos descuidos estamos siendo testigos más de 70 mil personas tomando en cuenta únicamente las cifras oficiales, pero la gente sabe que esa cantidad no corresponde a la realidad y que probablemente se multiplique por tres entre los casos no reconocidos.
Los facultativos y trabajadores de los hospitales hacían manifestaciones y declaraciones públicas de que les faltaban medicamentos, tanto para paliar los efectos del coronavirus como para cubrir otras enfermedades como el cáncer, diabetes, etcétera. Ni se diga los cubrebocas, guantes, mascarillas y batas para protegerse de los contagios. Resultaba angustiante ver cómo las autoridades tanto de salud como el propio presidente negaban los hechos y se los atribuían a sus enemigos políticos.
En Tlalnepantla, Estado de México, en la colonia Lázaro Cárdenas desde donde se narran estos hechos, empezaban a morir más y más personas. A tres cuadras se decía que una familia completa había muerto contagiada. Tres hermanos de mi compañera se contagiaron y se negaron a asistir a los hospitales públicos por todo lo que trascendía en las redes sociales principalmente. Ellos se trataron de manera privada y sobrevivieron; pero no así unos primos de ellos que –al contagiarse– acudieron a hospitales públicos y los regresaron muertos.
Al cerrar las empresas y dosificarse el comercio los precios se fueron saliendo de control y, por suerte, no llegamos al desabasto. ¿Cómo hemos sobrevivido? Con la solidaridad de la familia, pero sobre todo de los amigos, de aquellos que lograron conservar su trabajo con sueldos disminuidos hasta la mitad, pero con un corazón tan grande para no dejar caer a los afectivamente cercanos. Son ellos los que solidariamente nos han apoyado y sabemos que en otras familias ha sucedido algo muy parecido.
¿Ayudas del gobierno? NINGUNA. Se habla tanto de las cantidades de dinero que reparten a mucha gente, según ellos, pero acá no ha caído nada de eso y consideramos que esos apoyos no llegarán. Da la impresión que el gobierno se encerró en una cápsula y ha dejado que las cosas sigan su cause de manera natural, alimentando el oído con discursos triunfalistas y datos que no corresponden a la realidad.
Ahora que inventaron los semáforos contra el discurso presidencial de que ya salimos de lo difícil de la pandemia vemos con horror que los contagios y los muertos siguen aumentando por eso no nos confiamos y adoptamos de manera personal todas las medidas de protección que consideramos nos son útiles. Pero de las recomendaciones solo las escuchamos como voces apagadas, sin credibilidad y que únicamente se levantan para justificar los ingresos que se cobran del pueblo.
No. No esperamos nada de las autoridades, ya que en esta zona hasta la delincuencia se ha multiplicado. Que ¿se han creado innumerables empleos con cifras fabulosas que continuamente nos anuncian…? Falso. Nadie quiere contratar porque, los que sostenían la economía, las microempresas, terminaron quebradas algunas por sostener durante el reclutamiento a sus trabajadores y las que no porque el poder de consumo de los ciudadanos está muy menguado. Esa es nuestra realidad.
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