
Por Daniel Lee Vargas
Ciudad de México, 16 marzo 2025.- Cada palabra escrita en una carta, cada llamada entrecortada por la mala señal, cada video que intenta reducir la distancia, son testigos silenciosos del amor que nuestros paisanos envían a sus familias desde el otro lado de la frontera. La nostalgia, más que un sentimiento, se convierte en una presencia diaria, un recordatorio constante de lo que quedó atrás.
Para muchos de nuestros paisanos, estas cartas no son solo tinta sobre papel; son abrazos aplazados, promesas de regreso, intentos de sostener con palabras lo que la distancia les ha arrebatado. En cada sobre sellado viajan historias de sacrificio, de días agotadores en trabajos donde su esfuerzo es invisible, de noches solitarias soñando con la mesa llena en un domingo familiar. Y del otro lado, quien recibe la carta encuentra en esas líneas la certeza de que, aunque lejos, su ser querido sigue ahí, presente.
Las llamadas, aunque efímeras, tienen el poder de transformar un día. La voz del hijo que emigró hace años puede llenar de vida a una madre que reza por su bienestar. Los mensajes de texto se convierten en un lazo que mantiene unidas a familias separadas por una frontera que ni el amor ni la memoria pueden borrar.
Sin embargo, el tiempo pasa y la nostalgia pesa. Los niños crecen sin conocer el abrazo de sus padres, los abuelos envejecen esperando un regreso que tal vez nunca llegue. En los corazones de quienes partieron, la felicidad siempre está incompleta, dividida entre dos tierras, entre el deseo de volver y la necesidad de seguir adelante.
Aun así, nuestros paisanos escriben, llaman, graban videos. Saben que no pueden borrar la distancia, pero intentan acortarla con palabras cargadas de amor. Porque, aunque el cuerpo esté lejos, el corazón nunca deja de estar en casa.
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